miércoles, 10 de noviembre de 2010

CONTINUACION DE LA EVOLUCION DE LA LITERATURA

Literatura del Renacimiento

La literatura europea vive durante el Renacimiento una etapa de profundos cambios y fuerte experimentación. Motivados por la renovación general del conocimiento, del arte, la ciencia, los descubrimientos y la investigación, los escritores del Renacimiento entendieron que vivían en el tiempo adecuado para reconducir las tendencias heredades y descubrir nuevas posibilidades.

Una de las formas literarias que más decididamente avanzó hacia sus formas modernas fue la novela, con aportaciones como la Utopía de Tomás Moro -obra de contenido profundamente filosófico pero de estructura prácticamente novelística- o la archiconocida obra de Miguel de Cervantes Don Quijote de la Mancha. El Quijote es, además, una obra particularmente renacentista, capaz de hacer algo que hasta eso momento era prácticamente impensable, como recoger una herencia literaria -en este caso, las novelas de caballerías- y “jugar” con ella, incluso parodiarla hasta cierta sentido, hasta encontrar algo poderosamente nuevo y excitante.

En general, buena parte del “avance” renacentista tiene que ver con la liberación de cargas y obligaciones propias de la literatura medieval. La literatura, por ejemplo, deja de tener un propósito moralizante, y numerosos autores -tales como William Shakespeare, Christopher Marlowe, Molière, Ben Jonson o el citado Cervantes- escriben para entretener y deleitar, no para enseñar o moralizar.

Mientras aún perviven autores fuertemente influenciados por las reminiscencias de la literatura medieval, autores que idealizan la realidad y utilizan una lírica arcaizante, otros confluyen hacia nuevas metas tratando la realidad con un exacerbado realismo que desemboca muchas veces en soterrada crítica social. Tal es el caso de la novela picaresca, género que desde España se irradia hacia otros países europeos, y que servirá de modelo a los realistas del XIX.

Haciendo un repaso más general a las principales corrientes de la literatura renacentista, podemos englobar las principales obras en las categorías que siguen.

Por un lado, la literatura de carácter religioso sigue teniendo bastante importancia. Se vuelve, eso sí, más espiritual, y se encamina en dos vertientes bien diferencias: una mística y otra ascética.

La prosa divulgativa o didáctica alcanza una importancia mucho mayor que en épocas anteriores, vinculada fuertemente a la difusión del humanismo. Esta prosa trata de recuperar valores del mundo clásico perdidos durante la era medieval, y recurre con mucha frecuencia al diálogo.

Por último, la prosa de ficción experimentó un enorme crecimiento y un avance clarísimo hacia su forma más moderna. Continúan aún elementos del a novela medieval como la novela pastoril, la novela bizantina y la novela corto, si bien se desarrollo un modelo de novela más larga y de estructura más compleja.
Modernismo y literatura

l modernismo es un término con el que se denomina a una etapa concreta del arte. En concreto, una etapa de renovación artística que se desarrolló primordialmente a finales del siglo XIX y a comienzos del siglo XX. Fue una corriente transnacional que coincidió en el tiempo en muchos países, y que compartió en todos ellos una serie de rasgos comunes como el gusto por la creatividad y por lo refinado, el deseo de explorar y alejarse de lo cotidiano, y la intención de conocer nuevas culturas, tradiciones y costumbres, aplicando al arte lo aprendido. No obstante existieron diversas diferencias entre unos países y otros, y lo que en España y América Latina se llamó modernismo fue Art Nouveau en Francia, Modern Style en Inglaterra, Liberty en Estados Unidos, Sezession en Austria o Floreale en Italia.

En el ámbito más estrictamente literario, el modernismo influyó especialmente en la poesía. Así, entre 1880 y 1910 se desarrolla un estilo poético de extremo refinamiento, rodeado de alta cultura y referencias cosmopolitas que promueve una fuerte renovación estética tanto del lenguaje en sí como de sus medidas métricas.

En términos generales, la literatura modernista se caracteriza por mostrar los siguientes rasgos:

- Rechazo de lo cotidiano y búsqueda de tiempos y lugares exóticos.

- Estilo preciosista de gusto casi aristocrático, motivado en buena medida por el rechazo de la burguesía y el gusto de ésta por lo vulgar y lo mediano.

- Búsqueda de lo bello a través de recursos artísticos como la plasticidad de las imágenes evocadas y la musicalidad del ritmo.

- Uso de la mitología y mezcla con lo exótico.

- Renovación léxica que hace uso de cultismos, helenismos y -en especial en España- galicismos.

- Búsqueda de la perfección formal a través de la serenidad, la armonía y el equilibrio.

El modernismo literario comparte así muchos de los rasgos que antes había mostrado el romanticismo: desazón ante el mundo real y consiguiente búsqueda de escapismo, rechazo de la sociedad, etc). Se diferencia de éste en su exacerbada búsqueda de la perfección formal y estética, en su cosmopolitismo y en la elevadísima cultura de sus representantes.

Entre los principales literatos modernistas, son destacables los argentinos Lugones, Larreta y Freyre; los cubanos Martí y del Casal; los españoles Castellano, Álvarez de Cienfuegos, Gil, Machado (Manuel), Marquina, Montilla, Rueda, Navarro, Quesada y Villaespesa; los mexicanos Nervo, Nájera, Díaz Mirón, Urbina y Tablada; y los peruanos Chocano, Prada, Moreno, Roman y Valdelomar.
Realismo y literatura

El realismo es una corriente de pensamiento artístico que afectó a las artes plásticas, a la fotografía, a la filosofía y, por supuesto, a la literatura durante el siglo XIX y parte del XX. En todas las artes en las que se aplicó, el realismo creó obras cuyo objetivo fue la documentación testimonial de la realidad de sus respectivas épocas. El realismo surgió y ganó peso en un contexto histórico dominado aún por las tendencias románticas, a las que se oponía. Así, frente al gusto que los románticos profesaban por lo exótico, lo subjetivo y lo irreal, los realistas pintaron, fotografiaron y escribieron sobre lo conocido y lo cotidiano, y cuando quisieron introducir algún elemento desconocido por ellos, se documentaron previamente y lo introdujeron en sus obras con rigor y conocimiento.

Este movimiento artístico y filosófico no se entiende si no es ligado a un preciso contexto histórico. Su nacimiento está, de hecho, fuertemente ligado al ascenso social de la clase burguesa y la consolidación de la moderna sociedad urbana. El realismo es de esta manera la imposición del gusto artístico de la burguesía y de la clase media. Esta nueva sociedad evidenciaba nuevas posibilidades -el progreso económico y los avances científicos parecían no tener límites- así como nuevos problemas -las condiciones de la primera clase trabajadora y el nacimiento del movimiento obrero y la “lucha de clases”. Todo ello resultó por sí mismo lo suficientemente “excitante” como para que los artistasno tuvieran que buscar mundos lejanos ni personajes extravagantes. El día a día se convierte en el alimento principal del arte, que además tiene la ventaja de ser bien comprendido por un público amplio. No es de extrañar que en esta época la novela alcance su éxito definitivo y se convierta, gracias a su enorme difusión, en una literatura “de masas”.

El realismo literario se caracterizó por el uso de largas y detalladas descripciones de cualquier elemento que apareciera en sus obras, así como por una recreación casi total de la forma de hablar de cada personaje. Las descripciones y la narración general se hacía mediante una voz narradora sin ningún tipo de caracterización ni estilo propio, nacida de la objetividad y la precisión casi científicas.

Con el tiempo, esta tendencia inicial de “reproducción de la realidad” derivó en una realismo radical que ha venido a llamarse “naturalismo”, que quiso reflejar la vida “tal cual” era, tanto sus elementos más hermosos como en los más horribles. Otros autores experimentaron con nuevas mezclas entre lo real y lo irreal, y aunque el tronco principal del realismo decimonónico se diluyó cuando triunfaron las vanguardias, parte del mismo se fue reciclando hacia nuevos modelos como el “realismo mágico” -propio de la literatura latinoamericana- y el “realismo épico”.
Realismo mágico

El realismo mágico, que empezó siendo una etiqueta aplicada por ciertos críticos literarios a determinados pasajes literarios, se ha convertido en todo un género literario con sus propias preocupaciones estilísticas. Exitoso fundamentalmente en las literaturas latinoamericanas, el realismo mágico centra su principal interés en incluir lo irreal, lo extraño, lo sobrenatural o lo supersticioso dentro de un discurso verosímil o de naturaleza realista. En definitiva, los autores del realismo mágico buscan normalizar o naturalizar aquellos elementos ajenos a lo que denominaríamos como “realistas”.

Así, al contrario que la actitud nihilista o negacionista de la mayor parte de las vanguardias del siglo XX, el realismo mágico no sólo no niega que puedan existir elementos más allá de lo conocido, sino que prácticamente los afirma al dotarlos de verosimilitud interna e incluirnos en su propio discurso como elementos reales añadidos.

El término como tal nació con el alemán Franz Roh, un crítico de arte que lo aplicó a la descripción de una obra pictórica que mostraba una realidad ligeramente modificada. A mediados del siglo XX esta etiqueta se trasladó a la literatura hispanoamericana gracias a la obra de Arturo Úslar Pietri, que lo aplicó a su análisis del cuento venezolano. Por la misma época, Alejo Carpentier aplica un término parecido en la introducción de la novela El reino de este mundo; él lo llamó Real maravilloso. Aunque ambos géneros tienen sutiles diferencias, muchas veces se utilizan de manera similar.

En cualquier caso, las obras que pertenecen a este género suelen mostrar alguna de las características que lo definen, tales como -principalmente- la aparición de elementos mágicos o fantástico, percibidos internamente como elementos “normales” (aunque no explicados); aparición de mitos y leyendas de muy diversa naturaleza; importancia de lo sensorial, muchas veces por encima de lo racional; multiplicidad de narradores; distorsión del tiempo, que pasa de ser lineal a ser circular, etc.

Gabriel García Márquez es sin duda alguna el escritor más conocido y más directamente identificado con este género, tal vez porque su novela Cien años de soledad, además de ser una de las cimas de la literatura latinoamericana, es un claro ejemplo de este realismo mágico. Otros dignos representantes del movimiento son Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo (cuya obra Pedro Páramo muchos aclaman como la primera en mostrar estas características), Arturo Uslar, José de la Cuadra, Pablo Neruda, Laura Esquivel, Alejo Carpentier e incluso Jorge Luís Borges, que nunca se consideró a sí mismo un escritor realista.
Clasicismo y literatura

l clasicismo es un movimiento tanto estético como intelectual que dominó las artes y el pensamiento de Occidente durante buena parte de los siglos XVIII y XIX. Como su propio nombre indica, el clasicismo se inspiró en los patrones del arte y el pensamiento del mundo clásico, o lo que es lo mismo, de Grecia y Roma. El clasicismo, sin embargo, hunde sus raíces más inmediatas en la recuperación de aquéllos valores que si vivió en Europa durante el Renacimiento, y los completa con el amor por el conocimiento y la búsqueda de la perfección que nacieron con el Humanismo. El clasicismo recupera todo ello y lo convierte en un nuevo canon que aspira a lograr la perfección absoluta a través del arte, tanto en la pintura como en la música y en la literatura.

El clasicismo tuvo en sus primeros años una lucha feroz contra el barroco, lucha que se materializó fundamentalmente en el terreno de la pintura. Con el paso de los años, esta batalla de ideas se trasladó también al terreno de la literatura, justo cuando los cánones barrocos la dominaban casi por completo. El clasicismo empieza a triunfar en el campo de las letras a finales del siglo XVII, y queda fijada en ensayo de Boileau denominado La poética. Allí se aboga por una literatura emocional que llegue a los sentimientos del lector/espectador, pero que lo haga a través de los filtros del intelecto. De esta forma, Boileau carga contra los excesos del barroco y del más reciente rococó, y apuesta por la recuperación de la solemnidad clásica y de los valores de la armonía y el equilibrio que dominaron la literatura de la Antigüedad.

Las tesis de Boileau se tradujeron en la aplicación de la regla aristotélica en el teatro (unidad absoluta de espacio, tiempo y acción), del verso alejandrino en la poesía, y de la recuperación de las formas clásicas más ignoradas hasta ese momento, tales como la fábula, la égloga y la elegía. Aunque en el siglo XVIII los valores clásicos serían de nuevo fuertemente discutidos, y la literatura clasicista o neoclásica llegaría pronto a su fin, esta tendencia tuvo cierta continuidad de forma y estilo a través de los escritores y poetas de la Ilustración, que si bien estaban movidas por ideales diferentes y renovaron por completo el espectro de ideas de su tiempo, no renunciaron por completo a lo anterior, y heredaron, por ejemplo, el gusto por lo intelectual y el desprecio por lo sentimental que habían mostrado los autores clasicistas.
Literatura digital

La literatura digital es un fenómeno de aparición muy reciente, pues la mera posibilidad de su existencia requiere de un extenso uso de las computadores y de las redes globales de comunicación, como Internet. Tan reciente es que el propio término que la designa no está del todo impuesto (a veces se la conoce como literatura electrónica y también como ciberliteratura) y en muchas ocasiones incluso se confunde con otro, literatura digitalizada, con el que comparte soporte pero no naturaleza.

Esta diferencia es crucial para entender apropiadamente lo que es la literatura digital. Es, desde luego, un tipo de literatura cuyo único soporte es electrónico, ya sea un ordenador, ya sea un lector de libros electrónicos, agenda electrónica, teléfono móvil o similar. La palabra “único” es la clave de esta definición. La literatura digital, al contrario que la literatura digitalizada, no puede leerse en papel, en forma de libro, ni en forma impresa de ningún tipo. La literatura digital es concebida para su “consumo” en un medio electrónico, y generalmente -aunque no siempre- para su distribución y disfrute mediante Internet.

Por su contra, la literatura digitalizada no es más que el resultado de la conversión electrónica de la literatura no digital. Se trata éste de un proceso llevado a cabo en los últimos años por muchas bibliotecas y entidades culturales, interesadas en guardas copias digitales de sus obras ya existentes en papel, con el doble objetivo de que puedan ser consultadas mediante Internet, beneficiándose los usuarios de un acceso globalizado y mejorado gracias a las enormes capacidades de búsqueda y localización de los aparatos de computación; y también sirvan de copias de seguridad, de forma que la pérdida del libro o documento original pueda ser hasta cierto punto reparada, lo cual es de una importancia enorme sobre en casos de primeras ediciones y “libros raros”. Sin embargo, esta literatura no explota las posibilidades del mundo digital, pues no nació para él.
Literatura naturalista

El naturalismo es un movimiento literario que tuvo lugar aproximadamente entre finales del siglo XIX (a partir de 1880) y mediados del siglo XX (fundamentalmente hasta 1940). No obstante las raíces el movimiento son anteriores, pues los escritores naturalistas tomaron sus ideas y las desarrollaron a partir del movimiento literario dominante durante el siglo XIX, el realismo.

Si bien algunos críticos han tratado de etiquetar el naturalismo como una suerte de “realismo radical”, este movimiento tiene suficiente profundidad y personalidad como para ser apartado del realismo y considerado diferente.

En resumen, allí donde el realismo era básicamente descriptivo, meramente literario y únicamente atento hacia la capa social burguesa -principal promotora y consumidora del mismo-, el naturalismo resultó un movimiento con influencias más profundas -entre las que destacan sobre todo la teoría de la evolución de Darwin y la filosofía determinista- y metas mas altas -no sólo mostrar la vida de su época “tal como era” sino terminar “por qué era como era”, y hacerlo sin omitir sus aspectos más hermosos ni tampoco los más desagradables-. Las obras naturalistas solían incluir, de hecho, la pobreza, el racismo, el sexo, los prejuicios, la enfermedad, la prostitución, la suciedad y la muerte tratadas de una forma exenta de dramatismo, lo que las hizo algo difíciles para el público en general y consiguió que fueran criticadas por ser demasiado directas y francas. Frente al optimismo y al progresismo liberal del que solían hacer gala los escritores realistas, el naturalismo se mostraba fuertemente pesimista; y en contra de la “apología de la libertad” propia de los realistas, los naturalistas negaban la libre voluntad y se refugiaban en su pesimismo determinista, afirmando que las condiciones sociales y naturales de los personajes les impiden vivir de acuerdo con su voluntad.

En este sentido, los naturalistas se mostraron muy interesados en abordar sus obras desde un punto de vista “científico”, intentando identificar las fuerzas ocultas que influencia las acciones de los personajes. Esas fuerzas serían principalmente el ambiente en el que esos personajes crecen y operan, así como la herencia que reciben -o, en otras palabras, la posición social y económica que ocupan-.

El máximo representante, principal impulsor y primer teórico del naturalismo fue el escritor francés Émile Zola, quien dejó canonizado el género en el prólogo de su novela Thérèse Raquin. Desde Francia el naturalismo se extendió a Alemania, Italia -donde se denominó verismo-, a Rusia -donde influyó en autores como Gogol y Dostoiveski-, a España y también a Latinoamérica y a los Estados Unidos.
Literatura surrealista

El surrealismo es un movimiento tanto artístico como literario que surgió en Francia en las primeras décadas del siglo XX (en torno a 1920). Su principal promotor fue el poeta André Breton, quien trató de descubrir la verdad a través del libre flujo de sus ideas y sentimientos, dejando escribir a su inconsciente (mediante un procedimiento etiquetado por la crítica como “escritura automática”) y abandonando cualquier tipo de correcciones racionales y razonamientos lógicos.

La literatura surrealista partió, así, de una profunda y sistemática investigación del subconsciente. André Breton, Louis Aragon y Ph. Soupault fueron los primeros impulsores de esta “búsqueda”, y para ello fundaron en París la revista i. A la vez proliferaban otros autores surrealistas en Estados Unidos (Man Ray, Marcel Duchamp, Francis Picabia) y en Alemania (Max Ernst, Hugo Ball).

En 1921, Breton y Soupault firmaron conjuntamente la que se considera obra fundacional del surrealismo literario, Los campos magnéticos. Posteriormente Breton escribió el Manifiesto del surrealismo, la primera obra cuyo objetivo era definir con precisión el movimiento y cohesionar sus hasta entonces difusos postulados. Poco después la revista Littèrature fue sustituida por La Révolution Surréaliste, que ganó peso y se convirtió en el principal foco de expresión del movimiento.

Este trabajo pronto expresó las señas identitarias del surrealismo, a saber: una enorme vocación libertaria expresada a través de innovadoras técnicas literarias como la “escritura automática”, así como un gusto por los procesos oníricos, por el humor corrosivo y por las escenas eróticas. La así llamada “escritura automática” no era más que una técnica consistente en dejar el texto tal y como había salido del interior del escritor, sin corregirlo posteriormente ni revisarlo para buscar cualquier tipo de cohesión racional.

No obstante, el surrealismo seguramente sea el movimiento literario más difícil de categorizar y resumir. El propio Breton fue cambiando su modo de concebirlo una vez que el movimiento se fue desarrollando, y terminó por asumir que el surrealismo era, por encima de todo, un movimiento revolucionario, luego no era de extrañar que fuera también cambiante. Las primeras obras basadas en la “escritura automática” no tuvieron una buena acogida entre el público, que las consideraba demasiado confusas. La progresiva participación de otros artistas -fundamentalmente pintores- en el propio movimiento trajo nuevas influencias a los escritores, que empezaron a incluir la edición en sus textos en busca de una mezcla entre lo racional y lo automático, creando una suerte de “literatura collage” que abrió la puerta a nuevos desafíos
Literatura puertorriqueña

La literatura puertorriqueña engloba todas las manifestaciones literarias escritas en la isla de Puerto Rico, así como todas las manifestaciones literarias escritas por autores puertorriqueños fuera de la isla (normalmente en Estados Unidos), ya estén escritas en inglés o en español. De esta forma, la literatura de Puerto Rico aglutina obras de muy diversa índole y de un espectro temporal que va desde la época prehispánica -si bien estas obras no se han conservado- hasta la actualidad.

La literatura habida en la isla de Puerto Rico en la época anterior a la conquista española nos es hoy tristemente desconocida, habida cuenta de que las obras escritas por los nativos fueron prohibidas y perseguidas por las autoridades coloniales españolas, y que sólo a aquellos autores comisionados por la Corona se les concedió el derecho a escribir sobre la historia y la geografía de la isla recién conquistada.

No fue hasta el siglo XIX, con la llegada de la prensa impresa y la fundación de la Real Academia de Bellas Artes cuando la literatura puertorriqueña empezó a florecer. Pronto, la vida cultural y literaria de la isla se vio fuertemente marcada por la realidad política, los escritores se opusieron con cada vez mayor decisión española, y vivió un nuevo espaldarazo cuando, con el Tratado de París de 1898, España cedió Puerto Rico a los Estados Unidos.

Alejandro Tapia y Rivera fue uno de los grandes impulsores de la literatura puertorriqueña durante el siglo XIX con obras como La Palma del Cacique, Cofresí y Vasco Núñez de Balboa. Las obras de Tapia estaban fuertemente influenciadas por el romanticismo, de la misma manera que las de otro gran escritor de su época, José Gautier Benítez, poeta fuertemente patriótico que escribió obras como Puerto Rico, la Ausencia y el Regreso, y El canto a Puerto Rico.

A finales del siglo XIX los movimientos modernistas empiezan a hacer huella en los escritores puertorriqueños, y uno de los más destacados de la época es José de Diego, uno de los mejores poetas del país y un gran defensor de su cultura nacional, que escribió cobras como Sor Ana, Pomarrosa, Cantos de pitirre y Hojas y flores.

Durante la primera mitad del siglo XX la literatura puertorriqueña también se desarrolló en el extranjero, fundamentalmente en los Estados Unidos, a donde muchos puertorriqueños emigraron en esta época. Este desarrollo dotó a su literatura de nuevas miras, y contribuyó a su mayor difusión internacional, sobre todo cuando algunos de estos emigrantes, como Jesús Colón, empezaron a publicar sus obras en inglés.



Existencialismo y literatura

Existencialismo es un término que se aplica al trabajo de un conjunto de filósofos de los siglos XIX y XX que, a pesar de contar con profundas diferencias doctrinales entre ellos, mantuvieron la idea de que el principal objetivo del pensamiento filosófico debía ser el de lidiar con las condiciones de la existencia individual, así como sus emociones, acciones, responsabilidades y pensamientos. En particular, Soren Kierkegaard -quien es hoy considerado como el padre del existencialismo-, estableció que cada individuo es únicamente responsable de darle a su propia vida un significado, y de vivir esa vida de forma pasional y sincera, a pesar de los muchos obstáculos que pueda encontrarse.

No obstante, el propio término “existencialismo” no existió filosóficamente hasta la década de los 40, en el siglo XX, cuando lo acuñó el filósofo francés Gabriel Marcel, y no se popularizó hasta que Jean-Paul Sarte -quien a la postre sería el más conocido de los filósofos existencialistas- lo adoptó y explicó en su obra El existencialismo es un humanismo, obra que se convirtió en el principal canal de popularización de la doctrina. A partir de ahí se aplicó retrospectivamente a ciertos filósofos anteriores, tales como Martin Hedegger, Karl Jaspers, Friedrich Nietzche y el mencionado Soren Kierkegaard.

De la misma manera, en esta búsqueda inicial por establecer una genealogía del existencialismo salieron a relucir las obras literarias de dos autores en particular, el ruso Fiódor Dostoyevski, y el checo Franz Kafka. El primero presenta en Memorias del subsuelo la historia de un hombre incapaz de encajar en la sociedad e infeliz con su propia identidad. En su propia obra magna, Crimen y castigo, Dostoyevski aplica a su protagonista -Raskolnikov- una crisis existencial que lo impulsa a descubrir la Iglesia Ortodoxa. Kafka, por su parte, creó surrealistas y alienados personajes que se movían entre la desesperanza y el más puro absurdo, como los que pueblan sus principales novelas -La Metamorfosis y El proceso-.

El propio Sartre fue autor de una novela, Nausea, que buceó en las ideas del existencialismo y que, de hecho, muchas veces se recomienda como material idóneo para acceder a sus complicados razonamientos filosóficos. En la segunda mitad del siglo XX numerosos autores tomaron ideas o se inspiraron en Sartre y el resto de filósofos existencialistas. Si bien no se puede decir que exista una “literatura existencialista” como tal, y aunque allí donde se encuentran con mayor claridad muchas veces se confunden con los rasgos del posmodernismo, las raíces del existencialismo brotan en muchas novelas contemporáneas, como por ejemplo ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, o El Club de la Lucha, de Chuck Palahniuk.
La Literatura regional

La literatura regional es un concepto -de reciente aparición- que hace referencia a la literatura producida desde un área geográfica -y cultural- concreta; desde una región.

Dado que el propio término “región” es de naturaleza poco precisa y se puede aplicar a ámbitos muy diferentes -las regiones polares del mundo, las regiones de América Latina, etc.-, determinaremos que la literatura regional se refiere, por norma general, a la literatura producida en una escala inmediatamente inferior a la nacional. Así, mientras que una literatura nacional comprendería todas aquellas manifestaciones literarias producidas en el interior de un país (así “literatura argentina”, “literatura española” o “literatura italiana”), una literatura regional se circunscribiría a los límites de una región más pequeña, como podría ser la “literatura catalana”, “literatura zuliana” o “literatura siciliana”.

Así, desde este punto de vista y objetivamente hablando, la literatura regional sería un instrumento más para el estudio de las literaturas del mundo, estudio que puede abordarse desde lo universal a lo local, pasando por lo continental, lo nacional, lo regional y lo comarcal. Y aunque correcto, este enfoque y definición de la literatura regional se quedaría bastante corto.

En efecto, tal como decíamos al iniciar este artículo, la literatura regional es un concepto de reciente aparición en seminarios científicos y educativos, y su aparición obedece a diferentes razones.

Desde ciertos puntos de vista, muchas veces relacionados con los ámbitos pedagógicos y otras veces con los políticos, se ha venido reivindicando una mayor presencia de la literatura propia de cada región tanto en la vida cultural de la misma como en sus currículos educativos. Quienes esto defienden entienden que la presencia de la literatura nacional ha terminado por anular a la regional, y que ésta encuentra pocos focos de aparición ante la omnipresencia de una literatura mayor que niega las diferencias y particularidades regionales. En especial, esto es más frecuente en países con conflictos nacionales (como España y muchos estados de América Latina), y allí donde, como precisamente en el caso latinoamericano, las literaturas nacionales se desarrollaron y proliferaron a la vez que las naciones mismas, y se convirtieron muchas veces en vehículos para la propia construcción de la nación. En esos casos las diferencias regionales solían ocultarse y ahora se reivindican.

Desde otro punto de vista, la literatura regional es reivindicada por quienes consideran que la globalización amenaza con aniquilar las particularidades culturales, y entienden que la potenciación de las literaturas locales y regionales pueden ayudar a conservar los rasgos identitarios de las regiones y las culturas amenazadas por ese proceso homogeneizante de la globalización cultural.
Literatura posmoderna

El término “literatura posmoderna” (también llamada posmodernista) se usa con frecuencia para hacer referencia a la literatura posterior a la Segunda Guerra Mundial, que se caracteriza por ciertas particularidades que la hacen diferir de la literatura anterior (como su rechazo al ideario ilustrado propio de la literatura modernista).

No obstante el término posmodernismo (o posmodernidad), tanto por sí solo como cuando se lo aplica al ámbito literario, resulta complejo de definir. Muchas veces, de hecho, los intentos por definirlo acaban por remitirse a su propia nomenclatura para explicar el principal rasgo que comparten todas sus corrientes: lo posmoderno es lo que reniega de lo moderno, asumiendo el fracaso de éste y estableciendo nuevas reglas.

La literatura posmoderna está en realidad plagada de diferentes estilos y géneros que fueron surgiendo durante la segunda mitad del siglo XX. Poco a poco, los críticos de aquella época se fueron dando cuenta de que la nueva literatura rompía con las estructuras narrativas que habían reinado desde el realismo, pero que también echaba por tierra el énfasis en la individualidad y en la subjetividad de la mente, que habían sido elementos clave del modernismo y de las vanguardias. A falta de un claro nexo en común entre toda aquella experimentación, el término posmoderno surgió para quedarse.

En realidad, la literatura de esta nueva etapa partía de una doble negación. Los posmodernos renuncian al optimismo modernista según el cual la realidad humana, por compleja que fuera, podía ser fielmente retratada a través del lenguaje; e ignoran igualmente la creencia ilustrada -heredada tanto por el realismo como por el modernismo- según la cual la razón podía explicar todo cuando sucedía en el universo.

El posmodernismo, así, se negó a intentar plasmar la realidad y optó por aplicar a sus obras estructuras fragmentadas, narrativas variantes y argumentos circulares, negando todo intento de orden estético -y ético, en muchos casos-.

En cualquier caso, el posmodernismo no es sólo un movimiento pesimista basado en la renuncia. En muchos casos los autores de esta tendencia creen que el universo mismo tienen un estatus objetivo que puede ser aprehendido y representado mediante el lenguaje, aunque no necesariamente a través de la experiencia individual. James Joyce fue el primer novelista en intentar esta máxima, y otros le siguieron en su intento por eliminar el narrador omnisciente y acercarse a la realidad a través de la polaridad y la fragmentación. Autores como Albert Camus, John Barth, Robert Coover, Don DeLillo, Thomas Pynchon, Ismael Reed o Paul Auster son fieles representantes del posmodernismo, en alguna de sus interpretaciones.
Origen de la escritura

El origen de la escritura es un proceso largo que abarca, si lo entendemos en toda su longitud temporal, varios milenios de la historia del hombre. Tuvo varios focos, y aunque resulta difícil -si no imposible- situar su inicio con total precisión, sí podemos afirmar que China, la India y el Oriente Próximo fueron las principales áreas geográficas donde la escritura tomó forma por primera vez.

Un proceso tan largo no pudo ser unidireccional, ni tuvo lugar de la misma manera en todos estos lugares. Así, los especialistas en esta materia han venido a llamar “protoescritura” a los inicios de este largo camino, inicios que habría que datar en la lejana fecha del VII milenio antes de nuestra era (es decir, durante el Neolítico). Si bien estos inicios no se puedan calificar como escritura propiamente dicha, sí constituyen un claro predecesor. Se trata, generalmente, de símbolos o elementos ideográficos o mnemónicos empleados para transmitir información.

Como puede verse, el funcionamiento de estos símbolos era el mismo que el de la escritura moderna, si bien aquellos no tenían contenido lingüístico directo. No existían caracteres como los modernos, y sólo se utilizaban dibujos o símbolos bien conocidos por todos.

El paso de estos sistemas ideográficos a la escritura propiamente dicha es crucial para nuestro estudio del pasado, pues es el justo momento en el que dejamos de aplicar el calificativo de “prehistoria” y pasamos a usar la palabra “historia”. Este proceso, dada su mayor cercanía temporal, es mejor conocido. Se sabe que se inició en Mesopotamia, en el Oriente Medio, y los arqueólogos tienen bastantes indicios como para explicar por qué sucedió. La civilización mesopotámica creció y floreció lo suficiente como para necesitar sistemas de control de los bienes producidos, el trabajo realizado y el dinero ingresado y gastado. Para ello, los sumerios empezaron a grabar estos datos en tablillas de arcilla, empleando para ello una escritura sumamente original que hoy se conoce como cuneiforme, dada la forma de cuña que tenían sus caracteres.

Dada la naturaleza abstracta de esta forma de escribir, los sumerios pronto desarrollaron un completo y complejo sistema silábico, aunque en sus inicios la escritura cuneiforme había sido ideográfica. De esta forma, el idioma sumerio fue encontrando una traducción desde su original oralidad hacia este nuevo sistema escriptorio, y poco a poco, la exitosa práctica se trasladó a los acadios, los eblaítas, los hititas y los ugaríticos. El camino para el desarrollo de la escritura estaba ya iniciado.
Comprensión de lectura

A la hora de afrontar la lectura de un texto se establece, como es sabido, un proceso de comunicación, entre un emisor -en este caso, el autor del texto- y un rector -en este caso, el lector del texto-, que se comunican un mensaje -en este caso, el texto mismo-. De tal forma, entra aquí en juego toda la casuística propia del proceso comunicativo mismo, y de entre toda ella en este artículo vamos a centrarnos en la relacionado con la comprensión del mensaje -el texto- por parte del receptor -el lector-.

La actividad que engloba la visión, entendimiento y comprensión de un texto escrito es lo que conocemos como “lectura”. “Leer” es, pues, la actividad de comprender un texto, y es lo que posibilita la comunicación entre el emisor y el receptor, en este caso. “Comprender” el texto es un proceso mediante el cual un lector elabora un significado a partir del texto leído. La compresión de lectura, o comprensión lectora, es de este modo subjetiva y variable, pues depende del lector. El niño que lee un libro por primera lo interpretará de forma diferente al adulto que aborda una lectura compleja con espíritu crítico. Las experiencias y expectativas del lector marcan decididamente su compresión del mismo, pues la comprensión del texto es el proceso por el que el lector relaciona la información -nueva- que el autor le está ofreciendo con la información -antigua- que ya poseía. Así se hace posible la interpretación, el disfrute y la crítica.

La comprensión de un texto es, por lo tanto, una actividad intelectual que requiere, en muchas casos, unas habilidades previas. No todo lector es capaz de comprender un determinado texto, y la intención original del autor puede perderse si el lector interpreta mal los códigos recibidos debido a una incorrecta formación previa, o lo que es lo mismo, no comprende el texto. Un texto incomprendido es un texto insuficiente e inútil que no aportará nada al lector.
Estructura de un ensayo

Actualmente el ensayo está considerado como uno de los principales géneros literarios, si bien no siempre lo es, pues no ha de serlo. En realidad, la naturaleza del género ensayístico es didáctica y crítica más que literaria, aunque en determinados casos la calidad de la prosa misma es tan elevada que ciertas obras, con toda justicia, son consideradas como ejemplos de calidad literaria.

En cualquier caso, un ensayo es aquella obra en la cual un autor interpreta un tema, ya sea filosófico, científico, humanístico, político, social o de cualquier otro tipo) de manera completamente libre y sin que sea necesaria una previa documentación (si bien es innecesario decir que un ensayo documentado y académico recibirá automáticamente una mejor consideración).

Aquél que se enfrente a la redacción de un ensayo deberá estructurarlo en tres grandes secciones (muy similares, por otra parte, a las tradiciones secciones narrativas de introducción, nudo y desenlace). El ensayo constará así de una introducción, un espacio principal dedicado al desarrollo del tema o la idea, y una conclusión.

En la introducción deberá expresarse con claridad cuál es el tema del ensayo y su objetivo. De la misma manera, será conveniente explicar al lector qué subtemas se abordarán y cuáles son los motivos que hacen el ensayo mismo necesario.

El desarrollo es la parte más importante del ensayo, y en ella se incluirá la principal carga argumentativa. El autor deberá convencer al lector de su idea, tesis u opinión, por medio de la exposición de sus argumentos y del análisis de los mismos. De la misma manera será aquí donde deba incluir, si las tiene, todas las referencias documentales a libros, revistas y otros materiales que contribuyan a defender su argumentación. Si se incluyen citas bibliográficas, deberá hacerse de forma normalizada y en función de los cánones establecidos por el tema escogido o por la publicación a la que irá destinado.

En la conclusión, el autor deberá cerrar todo el capítulo argumentativo que ha ido abriendo, y es aquí donde mejor se encuentran las opiniones personales y las sugerencias a modo de solución del problema abierto anteriormente. La conclusión puede igualmente incluir un breve resumen de lo tratado, actuando de forma paralela a la introducción pero incluyendo las soluciones que se han ido dando, de forma que el lector finalice su lectura con una idea clara de los temas tratados y las principales ideas-fuerza (es muy útil, sobre todo, en ensayos de especial complejidad, donde las ideas son muchas y pueden quedar diluidas).
Cómo escribir un eMail

El eMail, o “correo electrónico”, se ha convertido en una de las formas de comunicación más utilizadas en la actualidad, hasta el punto en que ha llegado a formar parte de nuestras vidas y ha sustituído al correo tradicional en muchas de sus funciones habituales.

El correo electrónico se compone, en realidad, de los mismos atributos que forman parte del correo tradicional. Se trata de un documento escrito -que puede contener ficheros electrónicos adjuntos- que en emisor dirige a un destinatario para transmitirle determinada información. Cuenta con la enorme ventaja de llegar a su destino de forma casi inmediata, o necesitar muy poco tiempo, y de poder ser contestado de la misma manera instanténea, abriendo así la posibilidad de generar contestaciones rápidas y agilizar el proceso comunicativo.

Paradójicamente, muchos usuarios del correo electrónico se han contagiado de esta rapidez y escriben sus correos de una forma igualmente rápida, sin prestar atención a las costumbres habituales de la escritura de correspondencia. Muchas veces se emplea un lenguaje demasiado coloquial, se hace uso de abreviaturas y no se estructura el mensaje de una forma apropiada. En resumen, se utiliza el correo como si, en lugar de tratarse de una carta electrónica, se asimilase más a una conversación coloquial.

Es muy importante evitar estas conductas a la hora de escribir correos electrónicos. Dado que es un mensaje destinado a una persona en concreto, y que esta persona puede recibir muchos correos al día, es conveniente facilitarle la tarea de su lectura incluyendo una introducción en nuestro mensaje, aclarándole quién envía el correo y por qué. De la misma manera, es conveniente despedirse al final del mensaje de la misma manera -ya sea coloquial o cortés- con que lo haríamos si enviásemos una carta tradicional.

De la misma manera, es imperativo escribir correctamente, y no equiparar el correo electrónico a los mensajes sms de los teléfonos móviles. Cometer faltas de ortografía o no prestar atención a nuestra redacción puede causar una mala impresión en el destinatario, que puede no estar acostumbrado a esta falta de formalismo. Además, en el correo electrónico, al contrario que en los mensajes sms, no hay restricciones de espacio.

Una de las particularidades del correo electrónico es el llamado Asunto, que encabeza todos los envíos y permite distinguirlos rápidamente. El Asunto debe ser conciso, claro y específico acerca del motivo por el que se envía el correo. Asuntos como “Hola”, “Qué tal” o “Reunión” no servirán de mucho a una persona que recibe muchos correos.
Cómo escribir una carta

Escribir una carta puede ser una actividad bastante más complicada de lo que parece a simple vista. Requiere un importante esfuerzo de concentración, conocimiento de la persona a la que la carta va destinada, y ciertas habilidades de comunicación.

Sea cual sea el tipo de carta que debemos escribir, es de vital importancia tener claro qué deseamos comunicar antes de empezar la redacción. La carta no debe entenderse como el reflejo escrito de una conversación hablada -en la que tienen cabida las redundancias y la falta de estructura- sino como lo que es, un texto escrito que -al igual que otros- requiere de una estructura comunicativa determinada, generalmente, constituida por una introducción, un desarrollo argumental y una conclusión, cierre o despedida.

Como texto que, además, tiene un destinatario fijo, la carta debe contar un objetivo o serie de objetivos claramente determinado. No podemos permitirnos divagar, a menos que estemos escribiendo un carta personal. Nuestro destinatario querrá saber en el menor tiempo posible quién le envía la carta y qué desea comunicarle, y por lo tanto debemos cultivar la precisión y la concisión.

Además de todo lo anterior, en una carta -especialmente si es una carta formal- debemos cuidar la presentación del mejor modo posible. Del mismo modo que cuidaríamos nuestra imagen personal, nuestras palabras y nuestras modales de presentarnos en una conversación formal, hemos de prestar atención a nuestra caligrafía -si la carta es escrita a mano- y, por supuesto, a nuestra ortografía y a nuestras capacidades redaccionales. Cuanto mejor sea el estilo del que hacemos gala al escribir, mejor imagen crearemos en nuestro destinatario. Debemos ser, asimismo, muy cuidados con los errores ortográficos y gramaticales: una sola falta puede echar al traste todo el trabajo de comunicación.

Si escribimos la carta a ordenador, cosa bastante usual, es importante cuidar la presentación en función del destinatario. En una carta formal debemos evitar el uso de tipografías demasiado informales o infantiles, así como hacer cualquier tipo de experimentos con el color, o variar demasiado los tamaños de los caracteres. Es mejor optar por un estilo estandarizado y formal.

Si la carta es corporativa y el emisor está efectuando la comunicación en nombre de una empresa, es preciso añadir, además del nombre y apellidos del emisor, un membrete -en la posición superior- con la información de la compañía, en la que puede figurar también su imagen corporativa.

Y en cualquier tipo de carta es imprescindible incluir una despedida cortés, emplazando a nuestro destinatario a futuras comunicaciones.
Cómo redactar un currículum

Para redactar un buen currículum vitae no es necesario ser un gran escritor, sino más bien tener en mente el objetivo del documento. El currículum es el primer paso en nuestra intención de conseguir un empleo, pero no es el último. Si nuestro currículum causa una buena impresión, seremos llamados a una entrevista personal con nuestro futuro empleador, y en ese paso deberemos ser capaces de corroborar en persona los datos que previamente habíamos destacado por escrito. No sólo no debemos mentir o inventar datos, sino que es importante especificar aquellas cualidades en la que realmente destaquemos.

Así, el currículum debe tener unos objetivos muy claros. En primer lugar, es una presentación, una sinopsis de nuestro bagaje académico y laboral. En segunda lugar, es un elemento de publicidad o marketing personal, en el que debemos especificar nuestras cualidades profesionales y humanas -si va acompañado de una carta de presentación-.

Los elementos que debemos incluir de forma obligatoria son los siguientes:

- Nombre y datos personales y de contacto.

- Datos relativos a la formación. No sólo nuestros principales estudios -universitarios o de otro tipo- sino también todo tipo de formación específica, cursos o cursillos que hayamos realizado y podamos justificar documentalmente. Es importante especificar el centro donde se tomaron esos cursos, así como su duración.

- Datos relativos a la experiencia profesional. Aquí no sólo hemos de enumerar nuestras ocupaciones anteriores, sino que también evidenciar nuestro cometido en ellas, es decir, “qué hacíamos”. Asimismo, no deben faltar los datos relativos a las empresas en las que hemos trabajado, y una vez más, la duración de esas ocupaciones.

- Datos relativos a conocimientos de idiomas. Conocer uno o varios idiomas es un elemento que jugará muy a nuestro favor, pero es importante acreditar documentalmente nuestro nivel. Posiblemente tengamos que demostrarlo durante la entrevista.

- Datos relativos a conocimientos informáticos. De la misma manera, ser capaz de manejarse con facilidad en entornos informáticos, así como conocer los principales programas ofimáticos -como Microsoft Office- es crucial para conseguir un empleo. Debemos especificar estas capacidades.

- Otros datos. En según qué casos, puede ser interesante incluir otra información, como nuestra disponibilidad para incorporarnos de forma inmediata al nuevo puesto, o el hecho de estar en posesión de carnet de conducir, etc.

En cuanto a la organización de toda esta información, puede hacerse de forma cronológica, de forma cronológica inversa (lo primero, lo más reciente), o dividiendo la información por temas. Es importante, por encima de todo, incluir toda la información relevante sin caer en el exceso. Nuestro empleador probablemente tenga una gran cantidad de currículums que evaluar, y apreciará la precisión y la brevedad.
Cómo redactar una carta de recomendación

A la hora de decidirse por contratar a una persona entre varios candidatos, una carta de recomendación, ya provenga de forma adjunta al currículum o por otros medios, puede decantar finalmente la balanza.

La carta de recomendación, en sí, es un género tremendamente particular, pues más que su propio contenido, el verdadero valor se lo da el firmante, o el “recomendador”. No es arriesgado decir que el contenido literario de una carta de recomendación tiene muy difícil decantar la balanza si la persona que recomienda no es conocida o no aporta valor. Sin embargo, y esto no es menos importante, una carta de este tipo que esté mal redactada, o que no focalice con eficacia los méritos del recomendado, sí puede echar por tierra el valor aportada por la persona que recomienda.

Dadas estas circunstancias, es frecuente que este tipo de cartas compartan una estructura muy parecida. Lo normal es empezar con una introducción en la que el recomendador se presenta, evidenciando su puesto de trabajo y responsabilidades, y hace referencia al objetivo principal de su comunicación, esto es, la recomendación de otra persona, cuyo nombre se cita.

Acto seguido, es recomendable explicar de forma sucinta cómo se conoció a la persona, en qué circunstancias y en qué contexto, para posteriormente pasar a la parte más importante: explicar por qué esa persona es merecedora de una recomendación. Aquí, sin ser usar un estilo demasiado exagerado o adulador, es cuando debemos recalcar los méritos profesionales que esa persona ha realizado y de los que hemos sido testigos, explicar en qué marco se llevaron a cabo -qué proyecto profesional, qué empresa, en qué consistía el trabajo, etc.- y qué consecuencias positivas tuvieron. En poco espacio hemos de convencer a otra persona de que contratar a nuestro recomendado es una buena idea.

Posteriormente, también es buena idea incluir algunas buenas referencias sobre nuestro recomendado a nivel personal. Decir que es una persona responsable y comprometida, que cuida los detalles y aporta un enorme entusiasmo puede conseguir que dejemos una buena sensación sobre él.

Como fórmula para terminar la comunicación puede ser útil incluir alguna referencia sobre nosotros mismos, incluyendo formas alternativas de contacto por si la persona interesada quiere obtener de nosotros alguna información adicional.
Cómo redactar una carta de petición

Una carta de petición se redacta cuando una persona o una entidad requieren de la satisfacción de una necesidad por parte de otra persona u otra entidad. En otras palabras, en una carta de petición, el remitente hace una petición o solicitud al remitido, pidiéndole la satisfacción de algún tipo de necesidad, normalmente de naturaleza material.

Las cartas de petición pueden darse en multitud de contextos. Por ejemplo, una empresa puede solicitarla a otra que le remita un catálogo detallado con los precios de sus servicios. Un particular puede solicitar a una empresa que le envíe un catálogo actualizado de sus productos. Incluso una persona puede solicitarle a otra, siempre dentro de un contexto profesional, que le haga un favor. A veces, las cartas de petición son meramente dudas surgidas a tenor de la revisión de algún producto o servicio. Por ejemplo, el encargado de ventas de una empresa determinada está revisando unos catálogos que le han enviado unos proveedores, y le surja una duda sobre los plazos de entrega o la disponibilidad de los artículos. Para resolverla, redacta una carta de petición a su proveedor, solicitándole que le resuelva esas dudas.

Visto lo anterior, es fácil deducir que la principal cualidad que ha de tener toda carta de petición bien redactada será la educación y el respeto. El remitente nunca debe perder de vista la realidad: es él quien está pidiendo algo. Aunque la satisfacción de ese requerimiento entre dentro de la lógica profesional, comercial o de las buenas maneras, no deja de ser un favor, una respuesta a una petición particular, y por lo tanto el tono de la carta ha de ser exquisito y formal. Siguiendo el ejemplo que pusimos anteriormente, es obvio que el responsable de la empresa proveedora tendrá cierto interés en enviar una respuesta pronta y adecuada a su requeridor. Sin embargo, aun así, la carta ha de pedir, nunca exigir.

La petición, por otra parte, no debe de ser servil, ni adoptar una posición de inferioridad. Solicitar un favor o una aclaración es, seguramente, parte de nuestro derecho, si bien al requerir la atención personalizada de otra persona es de buena educación ser respetuoso y usar las fórmulas de la cortesía. El remitente nunca ha de mostrarse exigente y hará bien en mostrase agradecido, de antemano, ante la posibilidad de que el remitido responda favorablemente a su solicitud.Teniendo estas normas en cuenta, es muy posible que logremos un doble objetivo: por un lado que respondan favorablemente a nuestra solicitud; por otro, generar una buena imagen.
Cómo redactar una constancia

Una constancia es un tipo de documento en el que cual alguien -ya sea una persona física o una empresa o institución- hace constar un hecho a terceros. Este hecho puede ser de muy diversa naturaleza, como veremos a continuación. El hecho de que se le haga constar a terceros implica que el documento quedará, normalmente, en manos de una segunda persona, receptora del documento, para hacer uso de él como prueba del hecho que se hace constar. La constancia es, por tanto, un documento fehaciente que se utiliza para demostrar un hecho.

Las situaciones en las que un documento de constancia pueda ser necesario son muchas. Y estamos mucho más habituados a ellas de lo que pueda parecer. Por ejemplo, cuando cuando compramos un determinado bien o servicio y la empresa o institución vendedora nos proporciona una factura o recibo, estamos recibiendo una constancia. En este caso, el documento, que puede estar formado simplemente por el logotipo de la empresa, los productos adquiridos, el precio y la fecha de la transacción, deja constancia de que hemos comprado esos productos, a esa empresa, en esa fecha.

No obstante, hay situaciones en las que las constancias tienen mucho valor, y en estos casos suele ser el propio interesado quien las solicita. Por ejemplo, si un alumno universitario necesita acreditar su pertenencia a una determinada universidad para solicitar una beca de estudios, deberá presentar un documento en el que dicha universidad constate este hecho. Y, en estos casos, dicho documento habrá de ir firmado y sellado para ser fehaciente, para tener valor.

Sin salirnos del ámbito educativo, cada vez que un estudiante termina un curso o acude a un ciclo de conferencias, el organizador le otorga un diploma o certificado que hace constar su asistencia. Es otro tipo bastante común de documento de constancia.

En otros casos, puede que un trabajador quiera que su empleador haga constar su participación en determinado proyecto o actuación de su empresa. Tal vez le interese incluirlo en su currículum vitae, y en ese caso, deberá poseer un documento en el que este hecho pueda ser verificado.

La redacción de este tipo de documentos no debe salirse de la más absoluta sobriedad y precisión. Debe incluir todos los datos personales de los implicados, así como todos los datos de los hechos que se acreditan, incluyendo lugar, fecha y demás información relevante. No debe, por otra parte, incluir ningún tipo de estilo personal ni elementos narrativos u ornamentales. Debe ser conciso y preciso.

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