miércoles, 10 de noviembre de 2010

CARÁCTER HISTORICO DE LA NOCION DE LA LITERATURA PARTE III

La literatura como signo
Todo lenguaje es, al menos, «signo». Es un medio, un instrumento, un vehículo, que lleva al conocimiento de otra realidad diferente a sí mismo. Nos habla de algo, nos refiere algo: retrata, reproduce, describe, descubre, narra... Cumple, en expresión de Jakobson ya clásica, una «función referencial» (1981).
La obra de arte y, en concreto, la creación literaria, es ordinariamente portadora de dicho contenido en mayor o menor grado. El arte realista y el naturalista, por ejemplo, se proponen como objetivo y persignen como ideal la reproducción de personas, objetos o sucesos que sirven de modelos. Mediante diferentes técnicas, según las épocas y los autores, los relatos, las descripciones, las narraciones, los diálogos... «copian» dichos motivos, temas o asuntos (D. Villanueva, 1992 a). En ocasiones, un tipo de crítica, que podríamos llamar «referencial», se ha dedicado a identificar los referentes y a verificar el nivel de fidelidad que alcanza la obra con respecto a aquél.
Debemos tener en cuenta, sin embargo, que los referentes constituyen en la literatura y en el arte en general sólo puntos de partida, ocasiones que estimulan al autor y le sugieren la creación de nuevos mundos. Son, en definitiva, elementos que, combinados de múltiples maneras, contribuyen a la creación de representaciones inéditas. En este sentido creemos que se deben entender las afirmaciones de Morris sobre el carácter «no-referencial» del signo estético. Es cierto que no mantiene las relaciones convencionales entre los signos y los objetos indicados, como lo hace el discurso científico. No necesita, por lo tanto, verificación, no exige denotación al menos total.
Susana Langer[16] que adopta la división de Charles Morris, distingue entre las «señales» que «anuncian» los objetos, y los «símbolos» que nos los «dan a conocer». «Los símbolos no son representantes de sus objetos, son vehículos para la concepción de objetos». Concebir una cosa o una situación no es lo mismo que reaccionar hacia ella abiertamente, o percatarse de su presencia. Al hablar acerca de las cosas, tenemos concepciones de ellas, pero no las cosas mismas; los símbolos significan directamente las concepciones, no las cosas» (S. Langer, 1942: 57-58).
En el acto mismo de la percepción de la obra de arte, no es necesario establecer la referencia con su objeto extraartístico, no es necesario el «denotatum», y sí con los valores de los que la obra artística es «signo»; es decir el arte es un lenguaje especial que únicamente atañe a los valores y no necesariamente a las afirmaciones o a los elementos «verídicos», propios del discurso científico o lógico. Pero, no lo olvidemos, a veces las afirmaciones del arte sirven para transmitir «verdades» y para generar o intensificar «convicciones».
La literatura puede ser, efectivamente, un instrumento de conocimiento de la realidad. Gracias a las obras literarias, podemos penetrar en la naturaleza íntima, secreta y misteriosa, de las cosas tal como las ve y las vive el hombre. La literatura no sustituye a las ciencias ni a la filosofía pero sí podemos decir que las complementa.

La literatura como síntoma
La literatura es, además, un vehículo privilegiado de autoexpresión personal. Mediante las obras literarias, el autor, no sólo dice cosas, sino que «se dice» a sí mismo, se expresa hasta tal punto que podemos afirmar que la descripción de un mundo y la narración de una historia, en muchas ocasiones, no es más que el propio retrato.
La literatura nos habla de algo y, sobre todo, de alguien. La facultad poética, más que espejo que refleja lo exterior, es un foco de luz que ilumina y aviva, es una fuerza «autoexpresiva» que transfigura las realidades a las que se aplica.
Este principio sirve de base, como hemos visto anteriormente, a la teoría estilística y a las diferentes corrientes psicocríticas (Freud, Jung, Mauron...). Lázaro Carreter ha puesto de manifiesto cómo Spitzer -que se inició en el ambiente cultural vienés dominado por Freud- ensayó una alianza entre la lingüística, la filología y la historia literaria con el psicoanálisis. Esta teoría busca, mediante lecturas repetidas, los rasgos idiomáticos que parecen sustentar materialmente el gozo estético que experimenta el lector. Se da por supuesto que tales sentimientos son homólogos a los que originaron la escritura. De esta manera, se pueden descubrir las claves creadoras determinadas por motivaciones psicológicas[17]
La consideración spitzeriana de la obra literaria constituye, en cierto modo, un avance de las posteriores teorías psicoanalíticas representadas por Mauron y, hasta cierto punto, por Barthes, y de uno de los elementos que integran, junto con la interpretación antropológica, la «Temática» y la «Poética de lo imaginario» cultivadas por Bachelard, Durand, García Berrio...

La literatura como símbolo
Finalmente, la literatura ha sido definida como cauce de comunicación interpersonal, como proceso abierto y dinámico de conexión fecunda. Usamos aquí el término «símbolo» como un soporte de identificación colectiva en el que destacamos los elementos imaginarios y afectivos que configuran a la obra literaria y la sitúan en un determinado contexto cultural e histórico: la obra literaria y, en general la creación artística, alcanzan su especificidad estética, en gran medida, por su singular capacidad para reflejar las dimensiones más profundas del espíritu humano y las aspiraciones ancestrales de las diferentes colectividades. «La literatura -dice Senabre- sólo existe como tal en cuanto alcanza a su destinatario: al público. Y no parece arriesgado conjeturar que este ente [ no es mero receptor pasivo de la obra, sino que con cierta frecuencia, al menos, desempeña un papel concreto en la producción literaria» (1986: 15).
La obra literaria va al encuentro del lector y supone su existencia. Blanchot dice que «el escritor siente en sí, viviente y exigente, la parte del lector que está aún por nacer, y con mucha frecuencia, por una usurpación a la que apenas escapa, es el lector, prematura y falsamente engendrado, el que se pone a escribir en él» (1973: 209).
Desde este punto de vista se puede decir que la literatura es un punto de encuentro y un ejercicio de colaboración entre el escritor y el lector. El lector no se limita a descifrar la obra literaria sino que, además, la disfruta y la valora. Para que esto sea posible, es necesario que se vea en ella reflejado, explicado y comprendido. La lectura literaria no es una simple lectura, lo mismo que la visión artística no es un simple mirar sino una contemplación que supone cierto grado de «simpatía». Plotino decía que no se puede contemplar la belleza sin ser bello. No se puede leer poesía sin ser, en cierta manera, poeta. El que se acerca a una obra literaria demuestra cierta complicidad con ella: va movido por unas expectativas. La lectura, por lo tanto, implica, no sólo una actitud activa, sino, en cierto modo, «productiva»; si no es creadora, lo es, al menos, recreadora o cocreadora.
Es precisamente desde esta óptica pragmática desde la que adquiere relevancia el papel co- y re-creador de las sucesivas lecturas, interpretativas y valorativas, y donde se inscriben corrientes actuales -teóricas y críticas- como la «Estética de la recepción», la «Lectura deconstructiva» e, incluso, la «Poética de lo imaginario» que, como es sabido, concede singular importancia a la historia mitológica y de las religiones y, en general, a la interpretación antropológica de la obra literaria.
Podemos concluir diciendo que una reflexión sobre la noción de «literatura» nos obliga a buscar y a encontrar en las obras una organización compleja, intensa y peculiar del lenguaje -de sus contenidos y de su expresión-, una determinada concepción estética y una singular relación con el mundo de la realidad social y cultural en la que se produce y se recibe. Más que para resolver el problema de la «literariedad», las fórmulas categóricas y las definiciones simples, unilaterales, parciales -y, por lo tanto incompletas-, pueden ser válidas siempre que no pretendan ser excluyentes en consecuencia, cada una de las investigaciones que aíslan los elementos y las convenciones determinantes para producir y para valorar la literatura deben converger en la creación un conjunto de vías diferentes y complementarias, válidas para el estudio global de la literatura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario