sábado, 11 de diciembre de 2010

Teresa de la Parra

Grupo # 04 Educación Integral
Integrantes:
Priscila Ochoa C.I19.587.158
Solanci Colina C.I.






Autores Destacados en la Literatura Iberoamericana
Teresa de la Parra

Teresa de la Parra fue el seudónimo que adoptó para sus obras Ana Teresa Parra Sanojo, nacida fortuitamente en París el 5 de octubre de 1889 en el seno de una extensa familia venezolana de abolengo social y prosapia intelectual. Su padre, Rafael Parra Hernaíz, era, en ese entonces, cónsul venezolano en Berlín. Cuando contaba dos años de edad, Teresa y su familia regresaron a Venezuela; allí trascurrió su infancia en El Tazón, la aristocrática hacienda familiar situada en los alrededores de Caracas, dedicada a producir caña de azúcar, y en el hogar caraqueño. Seis años después, al morir el padre, su madre y su abuela decidieron retornar a Europa para educar a sus hijos y nietos (eran seis hermanos), y se afincaron en España. Teresa ingresó al Colegio de las Damas del Sagrado Corazón, en Valencia, donde hizo sus estudios. Luego de una breve permanencia en París, a los dieciocho años regresa a Venezuela. En Caracas, según sus propias palabras, “entró al mundo” por primera vez. La sociedad la recibió con cariño e inquietud: ella era una mujercita bella, viva, aristocrática, elegante, moderna, un poquito atrevida en sus ideas. Teresa había estudiado en el convento en España bajo el sobrio rigor de una disciplina católica y severa, había captado en París el halo sutil de la frivolidad y regresó a Caracas en un momento de transición social, entre las tradiciones de un pasado rancio y señorial y las ansias de cambio del nuevo siglo XX que despuntaba materialista, frívolo y superficial: hasta las ideas feministas se abrían firmemente paso. En su casa, en la apacibilidad del hogar, un tanto aburrido para su espíritu inquieto, se consagró vorazmente a la lectura, sobre todo volcándose a las obras de novelistas modernos. Allí comienza a sentir “que el tiempo le sobraba de una manera horrible”. Se aburre en su propia patria porque siente que la mujer no tiene igualdad de derechos.
Su escape es escribir. En 1921 comienza a revelarse su obra literaria, que resultaría una de las más exquisitas en lengua española. Con el seudónimo de Fru-Fru publica en periódicos distintos artículos y crónicas (revista Actualidades, dirigida por Rómulo Gallegos –escritor, intelectual de nota, presidente de la República en 1948-), con notoria buena acogida por parte de los lectores. Estimulada por estos éxitos, comienza a escribir la obra que la haría definitivamente famosa: su Diario de una señorita que escribía porque se fastidiaba; este trabajo obtuvo el Premio Anual de la Casa Editora Franco-Iberoamericana, que le reportó la edición de su obra en 1924 en París y 10.000 francos. Fue una de las primeras escritoras latinoamericanas premiadas en Europa. El libro se conoció bajo el título de Ifigenia y la consagró internacionalmente. Ese primer libro ya lo escribió con su seudónimo definitivo, Teresa de la Parra. El nombre Teresa provenía directamente de una serie de mujeres así llamadas en su familia, comenzando con su tatarabuela Teresa Jerez de Astigueta, célebre por su belleza, una de las “nueve musas” caraqueñas, prima del libertador Simón Bolívar y madre del general Carlos Soublette, héroe venezolano. Así, cambiando sólo un poco su propio nombre, utilizó el pseudónimo como un antifaz con el que se ocultó a medias y con el que quedó inmortalizada. Teresa misma relata las deliciosas historias de sus hermosas e ilustres antecesoras, damas que durante la Independencia “se divirtieron muchísimo porque los maridos andaban por un lado y las mujeres por otro”.
Algunas de las obras mas destacadas de Teresa de la Parra son:

·         Ifigenia fue la primera gran novela de Ana Teresa, la cual es escrita con una estructura de diario personal, y en forma epistolar, y fue la primera novela escrita bajo el seudónimo de Teresa de la Parra. Esta novela trata acerca del drama de una mujer, que no puede expresar sus sentimientos ni sus ideas, ni mucho menos elegir sus destinos, gracias a una sociedad que se lo impide. La novela, además de un difícil e interesante tema para la época, muestra muchas de las costumbres venezolanas, especialmente, las de la vida de Caracas. Ifigenia marca un cambio en la literatura venezolana. La obra es un retrato de la sociedad caraqueña de principios del siglo XX. En ella se evidencian contrastantes conductas de la sociedad venezolana como eran: las estrictas normas morales, mientras que por otra parte se señala la conducta ambiciosa, común en esa época debida a la corrupción en la administración. Además de ser una dura crítica de la sociedad, Ifigenia es una obra llena de ritmo, con descripciones muy detalladas de la Venezuela del primer cuarto del siglo XX. La obra supuso graves problemas para su autora ya que el entonces dictador venezolano Juan Vicente Gómez decidió negarle cualquier tipo de subvención para publicar la novela. De la Parra decidió entonces trasladarse a París.



·        Si bien Ifigenia es una obra admirable, para muchos su consagración total llegó con Las memorias de Mamá Blanca, escrita en Europa durante una auto-reclusión en Vevey, Suiza, que se impuso para terminar la obra (entonces dijo “vivo como una monja escribiendo”): Son éstas las memorias de una jovial anciana que cuenta sus travesuras infantiles cuando era simplemente Blanca Nieves. Teresa de la Parra conoció casualmente a esa venerable anciana, con la que no estaba ligada por ningún lazo de parentesco
Pero si por misteriosas afinidades espirituales.
Teresa de la Parra era una mujer cuya pulcritud física, espiritual y artística fue el resultado de la herencia, el amor y la cultura. Como Sor Juana Inés de la Cruz siglos pasados, fue una persona de ideales definidos y excelsos, una artista de casta superior y de aspiraciones claras y fecundas; sabia, sutil, inteligente, encantadora como mujer y como artista, dotada de un fino sentido crítico y gran poder de observación; no era ni frívola ni austera y su personalidad y su obra estaban impregnadas por una fina ironía. Fue, por sobre todas las cosas, original; española por sangre, tradición y educación, se había criado en los trópicos y tenía de ellos la dulce languidez y la claridad. Su espíritu se formó en contacto con una naturaleza rica, fresca, exuberante.



En 1923, después de pasar algunos años en Venezuela, regresó a Europa; se instaló en París y allí presidió uno de los centros intelectuales donde se reunían a menudo escritores y poetas latinoamericanos. Y comenzó a viajar... Nunca gustó de la vida estática. Sus viajes son continuos: Francia, Suiza, Italia, España, Cuba, Panamá, Colombia. En Francia se consagra con su Ifigenia; en Italia es peregrina por los caminos de San Francisco; en España trata de descubrir lo hondo y no la superficie del carácter español; en Cuba, representando a Venezuela en la Conferencia Interamericana de Periodistas, en 1927, alcanza un notable éxito con una conferencia sobre “La influencia oculta de las mujeres en la Independencia del continente y en la vida de Bolívar”; allí también conoce a la escritora cubana Lydia Cabrera, con quien inició una estrecha amistad que se prolongaría hasta su muerte. Pero es en Colombia donde más se la admiró y comprendió. Allí fue recibida con los brazos abiertos: agasajada como una actriz famosa, como una princesa o, como después diría un escritor colombiano, “como un caudillo”. Tres mil personas la esperaban cuando bajó del tren en Bogotá, como una modelo de París. Los títulos de los diarios la llamaban “elegante, fulgurante, alucinante”. En Bogotá brindó tres conferencias sobre el tema “La importancia de la mujer durante la Colonia y la Independencia”, en los que recalcó sus puntos de vista sobre el valor histórico y humano de esos períodos.
Teresa, luego de Mamá Blanca, intentó escribir una obra sobre Bolívar, con detalles íntimos que no habían sido nunca revelados. Pensó que una biografía sobre el Libertador, por otra parte, antecesor suyo, sería la mejor novela que pudiera hacerse; aspiró a hacer una biografía diferente, ingeniosa, que se ocupara más del amante que del héroe. Hubiese quizás sido su mejor obra, pero el destino dispuso las cosas de otro modo. En abril de 1932 fue hospitalizada por una tuberculosis, de la que nunca más se repondría. A fines de 1935, buscando el sol y un refugio más alegre, decide irse a España. En Barcelona se encuentra con su amiga Gabriela Mistral que escribió de ella y su estado de salud: “padecía con una dignidad sobrenatural, con algo así como una cortesía hacia la enfermedad”. Su crítico estado de salud la llevó a buscar la perfección espiritual a travas de lecturas budistas y orientales.
En la madrugada del 23 de abril de 1936, Teresa sintió mucho frío. Su dilecta amiga cubana Lydia Cabrera, que se hallaba a su lado en esos momentos, le preguntó si quería tomar una tacita de café; ella le contestó: “Yo comeré un poquito de tierra”. Así murió en Madrid, a los 46 años. Su madre y su hermana María también se hallaban a su lado.

Teresa de la Parra fue la figura femenina más importante de las letras venezolanas: en el país, llevan su nombre escuelas, teatros, monumentos, premios literarios; su obra fue breve, pero se la reconoce como el mejor reflejo de la sociedad venezolana de la época

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